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Música visual vs.
arte sonoro

(algunos apuntes casi inconexos)

Un rastreo por los festivales, concursos, funda­ciones, blogs, asocia­ciones o galerías dedi­cadas a la expresión musical que integra vídeo u otros ele­mentos plásticos nos devuelve fórmulas que tratan de definir esta forma de expre­sión artística cuyos practi­cantes son hoy día legión. Entre estas, música visual es una de las que sus­cita un apa­rente consenso, y es la que preci­samente origina el acró­nimo MuVi, que da nombre a la pre­sente muestra.

Si bien la expresión arte sonoro apare­ció hace ya un tiempo respe­table y está relati­vamente asen­tada, la locu­ción músi­ca visual es bas­tante más re­ciente. Su uso parece respon­der a la nece­sidad de eti­quetar compo­siciones musi­cales en las que los ele­mentos vi­suales tienen una impor­tancia primor­dial, y que no se iden­tifi­can con la eti­queta video­arte. En el caso de muchas piezas de video­arte el valor esen­cial de la imagen suele ser simbólico, a la vez que son frecuentes los elemen­tos narra­tivos. Por contra, en la —así auto­defi­nida por muchos de sus autores— música visual, el uso de la imagen suele poner el acento en la abstrac­ción y en cuali­dades cromá­ticas y cinéticas.

La expresión arte sonoro es sospe­chosa­mente opues­ta y comple­mentaria a la de música visual, pudién­dose tal vez enten­der como extrem­os de un con­tinuo. Ambas sitúan el centro de referen­cia de su identidad en el susta­ntivo y usan el adje­tivo para deli­mitar una especie concreta entre las de su clase: el arte sonoro podría así enten­derse como una obra plástica fabri­cada con sonidos, mientras que la música visual podría ser defi­nida como música com­puesta con imágenes, o imagen arti­culada según princi­pios propios de la música.

La incur­sión (a veces teme­raria) de expertos de un área en disci­plinas artísticas o cientí­ficas a priori alejadas de su especia­lización es cada vez más habitual. Si las bellas artes estaban ligadas al manejo del espacio y la música al del tiempo, la aplica­ción de nuevas tecnologías ha evi­denciado que estos domi­nios ya eran permeables desde mucho antes. La impor­tancia de los elemen­tos visuales está muy presente en la notación, y el espacio no es solo el soporte para las vibra­ciones sonoras, sino un pará­metro compo­sicional usado desde antiguo. La percepción de lo visual no puede abs­traerse de una drama­turgia del tiempo que es clave en la recep­ción de cada pieza; un entorno artís­tico es indi­soluble de su sonido propio.

Y si bien a lo largo de la historia de la filo­sofía las discu­siones y teorías acerca de la clasifi­cación y validación de las disciplinas artísticas han sido constantes (a la par que estéri­les en muchos casos), los caminos creativos hace ya tiempo que inva­dieron cualquier parcela de la experiencia humana hasta reducir al absurdo cualquier intento de defini­ción, llegando a confundir arte y vida. Un hito en esta historia fue la amplia aceptación de las ideas que en 1746 Charles Batteux vertió en Las bellas artes redu­cidas a un único principio, concepción que ha condi­cionado la estru­ctura de las enseñanzas artísticas regladas hasta el presente. Pero más allá de la teoría concreta de Batteux, la idea subya­cente de una fuente común a todo impulso de acción estéti­ca y de un sustrato único de las claves de su recepción ha adquirido una signi­ficación mucho más literal en la era digital. Dino Formaggio afirmaba que «arte es todo aquello que los hombres llaman arte», como única defini­ción satis­factoria por su continua actua­lización de la defi­nición —a la vez que inser­vible por ser una para­doja autorre­fe­ren­cial—. En nuestro mundo este fenó­meno de retro­ali­men­ta­ción estética ha llegado a ser instantáneo. Se están fundiendo no solo disci­plinas sino los propios sujetos y objetos del evento artís­tico, y los marcos tempo­rales y espa­ciales en los que tienen lugar.

Los escritos estéticos de las últimas décadas suelen abundar en la muerte del arte, al menos tal y como lo hemos enten­dido desde la Ilus­tración. La inflación de los medios de difu­sión ha devaluado e incluso rever­tido valores que pare­cían eternos. El cambio social conlleva cambios en la semán­tica y en el simbo­lismo de todo objeto artístico. Nuestras expre­siones de arte sonoro, de música visual, y de explo­ración del espacio multi­media, no serían sino síntomas de confluencias hacia un nuevo marco de las rela­ciones humanas. Y si en un primer momento el avance de las ciencias y las artes se funda­mentó en el éxito de la espe­ciali­zación para siste­matizar y profun­dizar en cada área, el presente y futuro próximo están abo­cados al cono­cimiento a través de la integra­ción de disci­plinas.

La cons­ciencia colec­tiva que está emer­giendo de nuestra interco­nexión creciente eclosio­nará sin duda en impre­visibles fenó­menos sociales de primera magnitud y en una reformu­lación de todas las acti­vidades humanas. Y en este estado aún embrio­nario de la nueva red neuronal plane­taria podemos esperar también fe­nómenos de sines­tesia globales en los que los aspec­tos artís­ticos estarán ligados como nunca antes a todas las facetas del pensa­miento.

J. López-Montes, 2012

Artículo publicado en el libro
MuVi3
Video and moving image on synesthesia and visual music

© Ed. Fundación Internacional Artecittà 2012
ISBN 978-84-93905-43-9

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junio 2013